Los ‘rebeldes’ extemporáneos

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Postigo
Por José García Sánchez
@Josangasa3

La característica principal de los poderes fácticos es que nadie votó por ellos pero gobiernan. Los personajes del poder fáctico tienen diferentes disfraces, pueden ser empresarios, sacerdotes, líderes sindicales, ministros, jueces, medios de información, magistrados, etc. Todos ellos con un solo propósito: evitar que algo cambie.

De tradición conservadora, los poderes fácticos se unen a las fuerzas políticas reaccionarias que en el poder afianzan con raíces profundas sus tentáculos, y cuando no lo poseen se unen para volver a tenerlo en sus manos.

Aunque los partidos políticos conservadores están sometidos a escrutinio de la sociedad, mantienen permanente complicidad en el caso de México, donde los poderes fácticos son parte del juego político y los partidos conservadores son parte de los poderes fácticos. El domingo pasado pudo apreciarse esta fusión donde un empresario paga una marcha de personas que nada sabían sobre la causa de su movilización, pero encabezaban la concentración los líderes de los partidos políticos de derecha.

En México, los poderes fácticos no son interlocutores de los partidos conservadores, sino que comparten liderazgo y, desde luego, intereses. Lo demuestra el maridaje entre empresarios y funcionarios públicos, gobierno y medios, clero y administración pública, jueces con delincuentes, autoridad electoral con partidos políticos, narcotraficantes con policías, etc. No hablan, acuerdan juntos estrategias. Su interlocución comparte financiamiento y estrategia política, de tal suerte que los partidos políticos de oposición tienen una doble función dadas las raíces de su origen y los tentáculos de sus acciones: son lo que dicen ser y, además, parte sustancial de los poderes fácticos.

En esta doble función los partidos políticos cobran fuerza, tienen varios frentes y en cada uno de ellos diferentes trincheras, como la hidra a la que le cortan una cabeza y aparecían otras dos, con mayor ferocidad. No es que se crecieran al castigo sino porque tenían en sus gritos la única manera de avisar que eran muchas. El silencio acusa debilidad. Lo constatamos en el Senado con los conservadores.

Los conservadores tienen sus intereses concretos como base ideológica, no hay indecisiones políticas, porque su discurso se asienta en la conservación del pasado, y si en el presente hay disminución de posesiones, la congruencia entre todos esos grupos se uniforma, y se convierten en consigna que depuran los medios al volverlos información y consolidan jueces y magistrado otorgando legalidad al delito que implica la concentración de bienes en pocas manos, que es la esencia de ese conservadurismo que mantiene en pie a sus partidos políticos y con respiración artificial a grupos de poder, de presión, o como quiera llamársele.

Cambiar el esquema, aunque sea unos milímetros, le llaman comunismo, aunque esta práctica haya dejado de ser vigente en el mundo entero pero les sirve de referencia ante la carencia de conocimientos políticos más profundos.
Los conservadores necesitan de la palabra comunismo ya no para aterrorizar a la población que no sabe historia, sino como punto de referencia que, como algunos animales, alertan a su especie del peligro. Es decir, avisan cuando el veneno para las ratas amenaza despojo y advierten peligro, entonces sacan pancartas contra el comunismo que es, al mismo tiempo, aviso de una nueva batalla y exorcismo.

Esa mezcolanza de membretes tiene un núcleo que son la recuperación de los bienes perdidos, que no podemos ver divididos ni subclasificados, que consideraron en su momento patrimonio familiar, como no pagar impuestos, afectar el medio con sus empresas, despedir a sus trabajadores sin indemnización, maltratar a sus subordinados, robar a manos llenas sin ningún sonrojo. Esos fueron los que llenaron el zócalo, con la indispensable ayuda de miles de acarreados y gente obligada a asistir, bajo la amenaza de perder su empleo en caso de faltar.

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